2. "Gaceta de Madrid": continuación
Al testigo presencial le "salió" una Carta en exceso
emotiva, en la que confirmaba el retraso de la llegada del Rey a
Logroño y las prisas de éste por excusarse de su tardanza para ofrecer
el saludo al anciano y convalenciente General. El Rey "con natural
y juvenil impaciencia, -relata el confidente de Cánovas-, entró
solo en una sala del piso principal" donde Espartero "abrigado de
su gabán y de su gorro griego ... y junto a la chimenea" esperaba
impaciente la visita. El séquito subió después, y encontraron al
Rey "estrechándole cariñosamente una y otra mano". Después se lisonjearon
mutuamente. Espartero alabó la valentía del joven Rey, y éste recordó
las "glorias pasadas" del General. Pero era necesario configurar
algún símbolo, y el Ministro informó al Rey de que su homónino de
Guerra, Jovellar, acababa de concederle la Gran Cruz de San Fernando.
Espartero "campechano" aprobó la decisión y pidió que buscaran entre
sus cruces la citada para prendérsela en la solapa. A Cánovas se
le informó que Espartero había pronunciado el siguiente discurso:
"Señor, pues que habéis sido el primero de nuestros
Monarcas que en España, desde Felipe V, se ha presentado al Ejército español
en función de guerra, exponiéndose al plomo de los sectarios del absolutismo,
bien puede V.M. llevar la Cruz de San Fernando, símbolo de valor y fortaleza,
con título legítimo. Concededme, Señor, la alta honra de decorar vuestro
pecho con la banda que ha llevado este veterano en cien combates, ganada
derramando su sangre por la integridad de la Patria, por su independencia,
por vuestros antepasados, y por las libertades públicas. Quiera Dios,
y sí querrá, que cuando bajo ella sienta V.M. latir su corazón, recuerde
que el Rey Constitucional, a más de valeroso a de ser justo y fiel custodio
de las libertades públicas, con lo que asegurará la felicidad del pueblo
y logrará captarse su amor, firmísima prenda, única hoy bajo el cielo
de la estabilidad de los Tronos".
Y termina así la carta: "Digan ellos, diga España, lo que
significa y lo que importa para su porvenir el abrazo del más anciano
y cualificado caudillo de nuestra libertad, y del más joven y animoso
depositario de la Monarquía legítima".
Sólo
un año después se volvía a repetir la ceremonia. Eran las tres menos cuarto
del 6 de marzo de 1876 cuando Alfonso XII entraba en Logroño a caballo
por "el puente de piedra", procedente de la ciudad de Estella. También
llegaba tarde, y también le urgía, quizás ahora mucho más que antes, acercarse
a la Casa-Palacio del Príncipe de Vergara. Pero en esta ocasión, después
de cantado el consuetudinario
Te Deum en la Insigne Colegial de
Santa María de la Redonda de nuestra ciudad, fue a la morada de Espartero por
otras razones. Se necesitaba trasmitir rápidamente un "testigo": el de
ser el nuevo "Pacificador de España". Se acababa de cerrar la Segunda
Guerra Carlista y el Rey había presidido sus actos, al igual que Espartero
lo hiciera con la Primera. Bien merecía Alfonso XII el mismo título, como
se encargaron de poner de manifiesto "las cartelas de arcos y gallardetes"
y "los artículos y versos de la prensa del día".
Aún
pasaría el Rey otra vez por nuestra ciudad antes de morir Espartero el
21 de octubre de 1878. Pero en esta ocasión no hubo fiestas, ni agasajos.
Todo fue luto riguroso y recogimiento, porque el Príncipe de Vergara y
el Rey Alfonso XII compartían el mismo destino y padecimiento: la muerte
de sus respectivas esposas. El final de la primavera había sido en este
sentido excesivamente nefasto. En él habían desaparecido, la "amada reina"
María de las Mercedes y la "querida chiquita" Jacinta Martínez de Sicilia
y Santa