La historia del obispo Abilio del Campo (Boletín Extraordinario de la Diócesis) da para once páginas, y eso que se presentan “en estilo periodístico”, según se puntualiza en el escrito. Se enumeran “las actividades polifacéticas” del prelado, pero en el escrito hay mucho más. En unos casos se apuntan simples datos cronológicos que en su momento dieron para mucho; en otros, largas listas de presencias y actuaciones concretas, que todas unidas –más el amplio álbum de fotos que han quedado- nos definen a un paladín del nacional catolicismo de la época.
Así sucede con la fecha del 15 de noviembre de 1953, en relación con lo primero, a la que solo se asocia en el escrito biográfico del Boletín con la escueta frase de “entrada en la diócesis”. Pero fue muchísimo más que un dato o fecha de una “entrada”. La prensa riojana de ese día nos la pinta como una apoteosis. Allí están todos ofreciendo un espectáculo y un montaje muy propio de esos años. La parafernalia fue tan allá, que incluso se escribió que las calles hacia la catedral de Calahorra eran una “Vía Apia” de Roma por sus arcos, colgaduras y expectación de las gentes. Si los fieles o feligreses de a pie prestaron su presencia y regocijo, no fueron menos los altos cargos y jerarquías del régimen en la provincia en sus exaltaciones y entusiasmos. No faltó ni uno, y las imágenes nos los muestran llevando al obispo cobijado bajo palio hasta la Catedral, con el Gobernador Civil Alberto Martín Gamero a la derecha de la cabeza soportando uno de los “palos”. Es posible que estuvieran celebrando más que la entrada de un nuevo Prelado, la salida de aquel –Don Fidel- que tantos quebraderos y malos pensamientos había dado a todos. La misma complacencia se asoma en los rostros de otras instantáneas fotográficas de los finales cincuenta y de los años sesenta, tanto de ellos –jerarquías- como del propio obispo, hasta que la enfermedad le deja “mudo”. Así me parece en una imagen, con hisopo en mano, inaugurando el edificio a donde van a parar hoy nuestras declaraciones de Hacienda o asombrándose ante las nuevas muestras pictóricas en el ábside del Seminario de Don Fidel, y en otras varias versiones revestido de mitra y báculo.
Es uno de los modelos “ejemplares” del episcopado español de los años de la dictadura franquista. Don Abilio del Campo Bárcena –más tarde, y de la Bárcena- llega desde Burgos a la diócesis riojana con una pose muy distinta a la de don Fidel, para aportar al “Nuevo Estado”, primero, alivio, y después anular desazones o supuestos desplantes varios de la cabeza de la diócesis riojana al régimen. Con él, y sus pastores auxiliares, la Diócesis riojana se integra plenamente y sin tibiezas en el nacional-catolicismo de la dictadura.
¿Al vigoroso obispo Don Fidel García, pintado en las “aventuras sexuales” del verano de 1952 en el tugurio de la ciudad de Barcelona, se le habían acabado las fuerzas de súbito para tener que nombrarle un obispo auxiliar? Así pareció. Dos meses después del informe “reservadísimo” –“la canallada” contra Don Fidel citada- el canónigo lectoral de Burgos –confirmado obispo de Pionía- era nombrado, para auxiliar y cooperar, con el ahora tachado y definido como “nuestro ya anciano prelado”. Pocos días después del nombramiento fueron a verle a la “cabeza de Castilla”, el alcalde franquista de Calahorra Don Antonio Martín con la corporación municipal de la ciudad, y más tarde, el último día del mes, se celebró en la catedral de Burgos un generoso ceremonial por el nombramiento. Llega a la cabeza de la diócesis riojana el 7 de diciembre de 1952, y en cinco meses (9-V-1953) asciende hasta la silla episcopal como titular. Y después, aquí estuvo “veinticuatro años como Pastor de la diócesis”.
Hay en la foto cinco protagonistas: la escultura de la Virgen de aquí, la de Valvanera, en el lugar preferente; y a ambos lados, derecha e izquierda de la misma, cuatro personas repartidas en la escena. A la derecha según se mira está el representante máximo de la Iglesia en España, Monseñor Antoniutti, Nuncio de Su Santidad, y a la izquierda, en este orden, S.E. el Jefe del Estado Francisco Franco, Don Abilio, obispo de la Diócesis de Calahorra y Lacalzada, y Carmen Polo, esposa de Franco. Se disponen a coronar, y coronan al unísono el Nuncio y Franco, entre la expectación del obispo y la señora, a “la Santa Imagen de la Señora de Valvanera”.
No sé si el acto fue el acontecimiento diocesano máximo del pontificado del obispo Abilio del Campo y de la Bárcena como fue considerado, pero seguro que fue, sin duda, el momento más alto de la alianza entre la Iglesia riojana y el régimen de la dictadura, al colocar, las máximas autoridades de ambos “Reinos”, la corona sobre la cabeza de “la Santa Imagen”.
Donde Abilio, obispo, muestra el compromiso, la asunción y el simbolismo de Prelado paladín del nacional-catolicismo en plenitud es en las obras materiales y en las asistencias espirituales enumeradas en el artículo del Boletín Diocesano Extraordinario, firmado por X.X. (¿?), al jubilarse del cargo. La más alta Dignidad eclesiástica de la provincia “barre para casa” o se aprovecha de las buenas relaciones o sintonías con los poderes del régimen para alcanzar todo aquello que se refiere a la Santa Madre Iglesia y a sus pastores. En el apartado doctrinal, se escribe, y es su labor específica como “Maestro” de la grey, que deja “cientos y cientos de páginas” centradas en temas como la Acción Católica, la “devoción, amor y obediencia al Papa”, los santos sacramentos, la Virgen (en particular sobre la de aquí, “nuestra Virgen” de Valvanera), las misiones (en noviembre de 1958 se organiza “una quincena de Misión a nivel total”, o global, en toda La Rioja), la formación de misioneros para el exterior, sea a África o Hispanoamérica, y sobre el apoyo a “los necesitados” a través de Cáritas Diocesana.
Pero a donde llega más lejos la influencia o la mano de Don Abilio, tal como muestra la detallista, o puntillista, lista de X.X., es en los logros de los “bienes de esta tierra” relativos a los espacios de culto, sus pastores y residencias de los mismos, y a los servicios a la feligresía. Son los aspectos más perseguidos por el nacional-catolicismo, y en este caso por el obispo asentado en La Rioja, para afianzar sus influencias y presencias en la sociedad y cultura de la época. Se concretan los nombres –por orden alfabético- de unas cuarenta parroquias e iglesias en las que se han realizado obras de restauración “total o casi total”-; se incrementan hasta media docena las nuevas parroquias en Logroño-capital y en esta misma línea de penetración o redes sociales de influencia católica se montan “complejos diversos parroquiales”, “casas parroquiales”, “clubs”, “casas canonicales”, “finca para ejercicios espirituales” (en Santurdejo de Rioja) y una larga lista de espacios de contactos espirituales diseminados por aquí y por allí al servicio de la Iglesia y su doctrina. Y pone la guinda a este tipo de espacios la construcción de la Casa Hogar-Sacerdotal en terrenos del vasto espacio del Seminario diocesano en la capital levantado por su antecesor. Son atendidas y promovidas con la misma intensidad y celo apostólico otras áreas de la influencia ideológica del credo católico. “Se ha preocupado hondamente de la enseñanza” y del magisterio católico, se escribe (y en la lista de “Datos para la Historia” se enumeran una por una sus intervenciones en los Colegios confesionales de uno y otro sexo y de su larga penetración en la provincia); intensifica “la vida espiritual en los monasterios y conventos tanto de religiosos como de las monjas de clausura” (se informa en detalle sus tareas sobre el particular); y en fin, se concreta todo aquello que directamente se enfoca en favor de los agentes directos del nacional-catolicismo, es decir, de sus sacerdotes, su seminario y las primeras crisis internas de la secularización del clero que llegaron con los setenta.