Dos “cierres” enmarcan la historia riojana de la conquista de multitudes desde la doctrina de la lucha de clases: el primer lock-out de la Patronal de Logroño del verano de 1908 y “el encierro” de las cigarreras, celebrando la Noche Vieja de 1920 y el Año Nuevo de 1921 en las bancadas de la Tabacalera de la calle del Mercado de Logroño.
Los años precedentes al cierre patronal son un largo prólogo del movimiento obrero riojano, y los posteriores a la “reclusión voluntaria” de operarias de la Compañía Arrendataria, el epílogo de un sexenio esperanzador, yugulado a “sangre y fuego” en el verano de 1936.
En el diario madrileño dirigido por el padre de José Ortega y Gasset, El Imparcial, se recogía en el verano de 1904 esta noticia: “Haro 29 / Con toda solemnidad se ha celebrado el quincuagésimo aniversario del dogma de la Inmaculada Concepción en la basílica de la Vega. / Al acto han asistido los obispos de Burgo de Osma y dimisionario de Jaro (Filipinas), ambos riojanos. / Han venido más de mil forasteros. Corresponsal”.
La celebración mariana en la basílica jarrera hubiera sido un acto más de consolidación de redes de captación de influencias de la ideología católica, si no hubiera terminado mal y entre desórdenes.
Los ochenta y dos peregrinos de Logroño, que se trasladaron muy temprano a Haro el 29 de agosto, fueron recibidos a la vuelta, en la estación, cuando llegaban en el tren carbonero de las diez de la noche, con Vivas a la República, a Salmerón y a la libertad, con cantos del himno de la Marsellesa, “gran pitada” y a pedradas, como previamente había sucedido al pasar por las estaciones de los pueblos de Cenicero y Fuenmayor. “Los asientos del Espolón y la acera del Café Suizo al Hotel del Comercio estaban atestados de curiosos, en la misma forma que cuando a nuestras tropas se las despedía para las campañas de Cuba y Filipinas”. La llegada del tren produjo una gran aglomeración, o “manifestación tumultuaria”, entre sablazos, pedradas y carreras, y protestas malhumoradas y hoscas. Se “extremaron sus furores” contra los organizadores, cabecillas y dirigentes de la peregrinación, entre ellos el padre Celestino, hermano marista, que con otros dos compañeros, terminaron sitiados “en el kiosco de necesidades” (retrete) situado en el Espolón junto a Las Amescuas y solo pudieron ser rescatados por las fuerzas de orden público. A las once de la noche la población volvió a quedar en completa calma. Al día siguiente fue detenida toda la Junta Directiva de la Juventud Republicana, entre ellos Florencio Bello, Presidente, y el dentista Basilio Gurrea, concejal del Ayuntamiento, acusados de ser los instigadores principales de los problemas en las calles.
La enseñanza de este hecho de 1904, repetido en variadas ocasiones, nos descubre dos focos de ideologías que pugnaron por la conquista de las multitudes en estas fechas iniciales del siglo XX: el clero confesional católico y las juventudes de las burguesías ilustradas. Fue el modelo, en plenitud, de una época reconocida como la “reconquista cristiana”, según unos; o la “infección clerical”, según otros.
Pasó en Logroño algún tiempo de veraneo en agosto del año 1901. Residió en la Casa del Gobernador Civil de la Provincia, cuando su tío el Sr. Cojo Varela, D. Manuel, estaba en el cargo. El huésped, muy joven en estos años, era citado ahora simplemente como el hijo del respetable director de El Imparcial, pero años después, llegaría a ser Catedrático de Metafísica de la Universidad Central de Madrid y terminaría ejerciendo de Maestro de varias generaciones con aquello del yo y mis circunstancias, y publicaría, entre otras, una obra que alcanzó renombre y polémica: La rebelión de las masas. José Ortega y Gasset, el joven de dieciocho años veraneante en La Rioja en el primer año del siglo, analiza en este libro el mismo fenómeno socio-político al que nos acercaremos en este apartado referido al territorio provincial de La Rioja en las primeras décadas del siglo XX. El catedrático prefirió el término masas al escribir del colectivo de sujetos protagonistas de esta página, asociando, con pesimismo, la categoría de rebeldía a sus acciones. Yo opto por el vocablo multitudes -por más aséptico, estricto -en el sentido actual- y otras razones-, y le agrego el concepto de conquista, porque es lo que buscaron los líderes ideológicos del momento, para mantenerlas o atraerlas a sus propias concepciones sobre la vida.
Con cuatro cifras, y un par de conceptos, entenderemos fácilmente lo que significa para mí el vocablo multitudes en estas fechas. La sociedad riojana, al inicio del nuevo siglo, era plenamente rural y provinciana. El 67,7 % de los activos, sobre un total de algo menos de doscientos mil habitantes (190.468, y menos aún una década después, tras la crisis de la filoxera), vivían en y para el campo, a la vez que compartían sus modelos, hábitos y costumbres. Los ocupados, en un sector secundario de base artesanal, eran unos once mil (15,1 %); y los servicios se hinchaban con menegildas ("chicas del trabajo doméstico") y sorches ("reclutas de los cuarteles"), como decían entonces las gentes de la ciudad. De esta norma se excluían algunas elites riojanas de las tres “ciudades” de la provincia y muy pocos pueblos más. Solo se asomaban a la modernidad de principios del siglo XX en torno a unos dos millares de contribuyentes computados entre propietarios acaudalados, industriales pioneros, comerciantes al por mayor, profesionales liberales y empleados titulados de la administración, empadronados principalmente en Haro, centro financiero y vitivinicultor; Calahorra, cabeza espiritual de la Diócesis y punta de lanza de una floreciente industria conservera; y Logroño, capital administrativa y centro comercial y de servicios de la provincia. Los demás –pequeños y medianos propietarios del campo y jornaleros; artesanos, obreros y peones; asistentes de servicios, empleados y operarios;…- son multitud, o grupo social arrastrado por “una misma unidad mental” cultivada por los autoconsiderados como mejores o dominantes (aristos en el significado griego). Cualquier desequilibrio en esta unidad mental del grupo social mayoritario –multitudes- se traducía de inmediato en una pugna cultural/ideológica entre selectos, para tenerlos y/o retornarlos a su lado. Es lo que sucedió en el primer cuarto del siglo XX como secuela de las transformaciones económicas de la crisis agrícola finisecular, del desastre colonial, de la quiebra del modelo político sagastino, de la llegada de las novedades sociales del nuevo siglo, o, posteriormente, durante y después de la primera Gran Guerra, con las resultas amasadas por la política económica de la neutralidad.