Si Dña. Jacinta ya era elegante de joven, tal como nos testimonia Fernández de Córdova, sin duda, lo tuvo que ser mucho más cuando fue madura, puesto que al menos gozó de mejores posibilidades y medios para que así sucediera.
Conocemos las joyas o alhajas encontradas dentro del "armario secreter de su habitación dormitorio" y los vestidos personales colgados en esta misma estancia, y desde luego, pueden considerarse más que suficientes para que su dueña no careciera de amplia prestancia.
E n el exhaustivo Inventario y Evalúo de "bienes, ropas, alhajas, papeles y demás..." efectuado a su muerte en el verano de 1878, se registran una por una todas sus joyas de manera minuciosa y detallada y todas sus ropas. Las primeras son abundantes en oro, pedrería y marfiles. Las segundas en encajes, telas de Holanda, hilos de Escocia, crespones de la India, sedas. De los apuntes del Inventario de Bienes realizado en la casa mortuoria el día 25 de junio de 1878 en presencia del escribano de Logroño Plácido Aragón podemos establecer que Dña. Jacinta, ahora difunta Serenísima Señora, poseía por lo menos dieciséis aderezos o juegos completos de joyas (collar, pendientes, imperdible y pulsera) de oro casi todos, o de otros metales preciosos (ópalo, coral) con labrados e incrustaciones de diamantes, perlas, brillantes, esmeraldas, jacintos, y otras piedras preciosas. Algunos de ellos tan curiosos y originales como "los pendientes y alfiler negros con esmalte de oro, de las granadas arrojadas por los Carlistas a esta ciudad de Logroño", o el "de piedra, lava del Vesubio". Pero además guardaba una gran colección de alfileres, fuera de los citados juegos, de hasta otros quince, también casi todos de oro, con las más variadas figuritas y adornos y con algunos retratos de seres queridos de la familia incrustados, como los de la Señorita Gurrea (hija del General Gurrea) o los de su sobrina Jacinta, Condesa de Torrejón (hija de su hermanastra). Como igualmente otra de abanicos de marfil y nácar que llegaban hasta dieciséis. Así como media docena de anillos con diamantes, brillantes, perlas y rubíes; cuatro condecoraciones; cajas de música; un reloj pequeño de oro, con su cadena; rosarios, medallas, tarjeteros, objetos para adornos de pelo, y hasta unos gemelos de teatro negros y pequeños.
Sin duda, esta enumeración de medios de adorno personal nos debe hacer suponer que tuvo que ser elegante. Y como además en el "Cuarto Vestidor de la Princesa" abundan los ropajes de todo tipo, se acrecienta nuestra seguridad en este sentido. Las camisas de Holanda llegaban a setenta. Las calcetas de hilo de Escocia y las medias de algodón se cuantifican en otras tantas. Los vestidos de seda de distintos colores, las batas de este mismo género y de otros, y las túnicas rondaban la veintena. Los abrigos (de terciopelo -dos-, de "casimir negro con azabaches", de paño -tres-, de "teatro de merino blanco", "de verano blanco de piel de cabra"), los auxiliares de abrigos, como las capas, manteletas, talmas, esclavinas, chales, mantones, mantillas y toquillas, superan las cuarenta. Pero además son muchas la varas de retales sin confeccionar, y las más son de encaje de "guipur" en negro. Y ya como guinda, se inventariaron también media docena de sombrillas, la mayoría blancas, y "un velo de sombrero de encage blanco"
El general Baldomero Espartero encabezaba con esta frase las cartas a su mujer desde el frente norte en la primera Guerra Carlista. Y aún se sigue usando hoy en La Rioja la tercera palabra ("chiquita") para referirse cariñosamente a las muchachas/os jóvenes, acentuándose con fonética de diéresis la letra "u". (Léase "chiqüita").
Y, sin duda, en este sentido y con la misma entonación de hoy la utilizaba Espartero para tratar a su mujer Jacinta cuotidianamente. Porque en efecto, la pareja era muy desigual en edad. La novia cuando se desposa era aún una chica muy joven, mientras que el novio era ya un hombre maduro, "hecho y derecho", como sintetiza el dicho. Jacinta había cumplido el día de la boda, hacía sólo un mes, los deciséis años, mientras que Baldomero había superado con creces en la misma fecha los treinta y cuatro. Le doblaba, pues, holgadamente en edad.
No debe, en consecuencia, sorprendernos que el marido se referiera a ella con la palabra "chiquita". Al contrario, está usada en su acepción más correcta y precisa. Para todos, incluido el propio Brigadier, su marido, Jacinta no era más que una jovencita.
Nos resulta difícil elaborar una prosopografía sobre la mujer de Espartero, pues son muy pocas las noticias que nos han llegado sobre su persona. Unicamente nos podemos apoyar en algunos recuerdos de los compañeros de armas de su marido, en la escasa iconografía que se ha conservado y en algunos de los apuntes notariales de la documentación emanada a su defunción.
El número de datos es corto, pero interrogándoles debidamente, podemos deducir un buen número de precisiones físicas y caracterológicas.
El General Fernando Fernández de Córdova relata en sus Memorias el impacto que causaba Dña. Jacinta, al poco tiempo de casarse, en las fiestas y bailes galantes del Regimiento que mandaba Espartero cuando estaba destinado en Barcelona. Y lo explicaba, porque encontraban en la joven esposa dos cualidades, la hermosura y la elegancia.Tal vez sea exacto este testimonio, pero no podemos confirmarlo documentalmente, pues para sus años jóvenes no existen ni papeles ni retratos que nos hablen de éllas, ni de ninguna otra.
Otra cuestión es examinar ambas cualidades
en relación con años posteriores, en los que sí podemos suponernos algunas
notas sobre su elegancia y algunas rasgos sobre su hermosura, como asimismo
deducir algunas otras "virtudes" que parecen adornar a la logroñesa
que compartió la vida con el líder del progresismo español isabelino.
Indice | Espartero militar |
Regente | Presidente |
No quiso ser rey ... |
Espartero hacendado | Mito Espartero
En el óleo de José Madrazo (1840) de la derecha la cabellera de Doña Jacinta está peinada a la moda de las damas nobles del reinado de Isabel II y encuadra unas facciones angulosas y un rostro ovalado en el que se constata un rictus facial melancólico, tanto en ojos como en boca. La serenidad, que aparenta, no se le puede negar.
Sobre su belleza, y siguiendo el refrán sobre el gusto, en el que se defiende que sobre él "no hay nada escrito", no nos atrevemos a pronunciarnos, tal como lo hiciera José Segundo Flórez, cuando escribe sobre la jura de la Regencia Unica por Espartero, diciendo:
..."y ocupadas las tribunas y galerías por muchas damas de distinción, entre las cuales brillaba también la duquesa de la Victoria, cuyos encantos naturales, cuya celestial belleza, realzábala más en este día la aureola de satisfacción y de gloria que ostentaba sin vanidad en su modesto semblante".... Para que cada uno se defina sobre el particular incluímos la copia del cuadro.
P ero aún podemos detallar algunas otras "cualidades" de Dña. Jacinta Martínez de Sicilia de Espartero. En especial debemos mencionar otras dos: la inclinación a la religiosidad, rayando en la beatería; y el profundo sentido de unión familiar. Una y otra están bien documentadas, y suponemos que derivan respectivamente de la herencia familiar paterna y de la materna.
La mujer de Espartero, se educó en el contexto familiar
de su abuela paterna y de su tía soltera, que estaban rodeadas de clérigos
y de estampas devotas por todos los lados. Y por ello, a la muerte de
la abuela, en el lote testamentario correspondiente a Jacinta, le entregaron,
en el capítulo de bienes "muebles", una docena de "cuadros"
religiosos de escasa calidad artística, deducida de la corta cantidad
de reales con que fueron tasados, pero de profundo sentido devocional.
Los más, representan a distintas Vírgenes (del Pilar (dos), de las Mercedes,
del Carmen, de la Trapa), pero también había dos San Francisco y dos San
Antonio; un San Geónimo y otro San Agustín; amén de un Crucifijo.
Pero además, la imagenería encontrada en las habitaciones de uso más particular
de la Princesa en su Casa Palacio confirman sobradamente esta inclinación.
De las paredes de su habitación dormitorio, por ejemplo, colgaban una
Virgen del Pilar, "dos cuadritos de metal amarillo con las efigies
del Corazón de Jesús y Virgen de Londres", tres cuadros de la Virgen
de la Silla, un cuadro de Santa Casilda y dos cuadros de San Jacinto;
y depositados sobre distintos muebles de la misma había "una reliquia
de plata de los mártires de Zaragoza", "una cruz esmaltada con
chispas de brillantes y su cadena de oro", un "rosario de piedras
verdes engarzado en plata" y un libro de misas de uso diario.
Para
efectuar sus oraciones privadas contaba en el mismo dormitorio con un
par de reclinatorios y "una pila para agua bendita". Y en el
"paso o carrejo que da entrada al citado dormitorio" había además
otro Crucifijo con dos medallones, otro libro de misa "con pasta
de terciopelo, bordado de oro, con su broche de lo mismo y las iniciales
D.V." y un devocionario inglés. Y ya en el cuarto vestidor un cuadro
de la Divina Pastora, otro de la Magdalena.
En otras salas y salones de
la casa aparecen también, aunque en menor número, objetos de signo religioso.