Escribe sobre el "F E M I N I S M O " (1931)
Y la ilustre María Martínez Sierra,
en unas cuartillas admirables, como suyas, nos habla del movimiento feminista de España durante el año que acaba (1931) (Crónica, 20 de diciembre de 1931, s/p)
"NUESTRA VISITA
María Martínez Sierra acaba de regresar de Francia. Cuando la
visitamos, su primer ruego es el de que procuremos la omisión de su nombre
en estas páginas de Crónica, dedicadas, por decirlo así,
a compendiar en un escrupuloso balance todos aquellos acontecimientos de relevante
interés acaecidos durante el año que toca a su fin.
La amable feminidad de María Martínez Sierra, su
ingénita ternura, que se corona con la sugestiva diadema de plata de
sus blancos cabellos -blancos a fuerza de talento y de comprensión de
la vida-, nos ponen en un aprieto, pues quiere que nos limitemos a recoger sus
palabras sin mencionarla apenas, sin decir nada de ella, pasando sobre el interés
emocional de su charla como sobre ascuas.
Bien. ¿Cómo no acceder a la pretensión de esta admirable
María Martínez Sierra, si los ruegos en sus labios tienen toda
la entereza y toda la honda persuasión de órdenes conminatorias
y de mandatos ineludibles? No hablaremos de ella. Si acaso, de algo que sea
su esencia de mujer, su palpitar ideológico, "el reflejo de su espíritu",
según su propia frase; de su maravilloso "Magnificat" de Boticelli,
por ejemplo, que parece resumir todos los artísticos anhelos y todas
las vibraciones sentimentales de esta gran mujer de privilegiado cerebro y espíritu
selecto.
De ella, de María Martínez Sierra, nada, ni una
palabra, ni un adjetivo, ni un comentario. ¡Para qué, después
de todo! De sus ideales, de sus dinamismos asombrosos, de sus inquietudes espirituales
..., nada tampoco. Se necesitarían muchas cuartillas y mucho tiempo sólo
para reseñarlos someramente. Así, pues, dejemos a la propia María
Martínez Sierra que sea ella la que hable. Contemplemos su espíritu
a través de sus ideas, que expone en los siguiente renglones.
CUARTILLAS DE DOÑA MARIA MARTINEZ SIERRA
Galantemente, CRÓNICA me invita a llenar una de sus páginas con
el comentario del hecho -acaecido dentro del año corriente- que me parezca
de mayor importancia, desde el punto de vista femenino. Creo que todas las españolas
y casi todos los españoles estarán de acuerdo conmigo en adjudicar
la categoría de acontecimiento número uno a la resolución
de las Constituyentes que nos asigna parte igual y responsabilidad análoga
en el gobierno de la República. Hasta ahora parece que la Constitución
consignará nuestros derechos de electoras y nuestra capacidad de elegibles
para toda función política, sin distingos ni recortaduras. Démoslo
por sentado y felicitémonos por ello.
Este reconocimiento de igualdad se ha logrado sin protesta, violencia
ni animosidad por parte de los hombres. Algunos, hasta cierto punto justificadamente,
han puesto en duda nuestra capacidad. Ninguno, que yo sepa, se ha atrevido a
negar nuestro derecho. Agradezcámoslo.
Y después meditemos.
Esta victoria la hemos logrado sin combatir por ella. Nos encontramos
la igualdad entre las manos sin haberla siquiera deseado. Las mujeres inglesas
y los muchos hombres que generosamente sostuvieron su causa pelearon por ella
largos años con tesón heroico. Las mujeres norteamericanas la
defendieron también largo tiempo con entusiasmo decidido, con tenacidad
optimista, con invencible buen humor. A bien pocas mujeres españolas
se les ha ocurrido alzar, no ya la voz, ni siquiera el anhelo a favor de esta
posibilidad. No creo que lleguemos a doce las que con meridional entusiasmo
intermitente hemos defendido nuestro derecho. Creo que hay en España
más hombres que mujeres feministas. Es natural. La idea de justicia,
innata en el varón, no la adquiere la hembra -nacida para defender lo
inmediato con uñas y dientes- sino a fuerza de cultura. Y la incultura
es nuestra tragedia, la tragedia española.
Tenemos, pues, el triunfo sin haberlo ganado. Ahora se trata
de merecerle y de justificarle. ¡A eso estamos, señoras!
Entramos en la casa cuando la casa se hunde. Esta observación no es mía.
La hizo en 1921, cuando por primera vez después de la guerra estábamos
las sufragistas reunidas en Congreso en Ginebra, miss Crystal Macmillan, secretaria
general de la Alianza Internacional para el Sufragio Femenino. Ella se refería
entonces, felicitando a las mujeres de veinticinco naciones que acababan de
obtener el derecho al voto, al sistema parlamentario en crisis. Hoy puede muy
bien aplicarse la frase a la situación mundial. La casa se hunde. El
sistema de arreglo social en que nos parece seguir viviendo está en liquidación.
La casa se hunde. Es indudable. No parece gran mal, puesto que estaba ya tan
vieja y resultaba tan incómoda. Tampoco debemos lamentar haber llegado
a ella en mala ocasión. Puesto que se trata de escapar con vida del derrumbamiento,
conviene que podamos buscar y encontrar personalmente nuestra propia salida.
Pero es preciso que sepamos pesar y medir exactamente lo muy serio de nuestra
responsabilidad.
El único argumento empleado con cierto apasionamiento
en contra de nuestra intervención en la vida pública ha sido el
temor -fundado en nuestras ignorancias- de que el voto femenino ponga en peligro
la estabilización de la República, dando en las elecciones futuras
el triunfo a las derechas. No creo en el "derechismo fundamental"
de la mujer española. Cierto que la electora ignorante e inconsciente
-como el elector inconsciente e ignorante, (mayoría los dos)- votará
al dictado. Pero no al dictado exclusivo del confesor, como se teme, ni al del
marido, ni al del hijo, ni al del amigo, ni al del maestro. Votará la
mayoría femenina irresponsable al dictado de la moda, es decir, de lo
que se lleve con más garantía de ser bien visto. Y, por ahora,
el figurín boyante se acerca mucho más al gorro frigio que al
solideo. Viste bastante ser mujer de ideas avanzadas.
No se hundiría la República, si acaso se hubiese de hundir, al
empuje del voto femenino. Pero sí sería conveniente que meditásemos,
mujeres, sobre este peligro del "encasillado" que amenaza nuestra
libertad apenas apunta nuestro derecho. ¡Daremos el triunfo a las derechas!
¡Confirmaremos el de las izquierdas! ¡Siempre instrumento! ¡Siempre
rebaño! ¡Siempre sustentadoras o acatadoras de artificios políticos
que no son cosa nuestra! ¡Por qué nuestro voto no ha de dar el
triunfo "a lo que debe ser"! A nuestro propio espíritu, a nuestro
peculiar sentido de la vida. Izquierda en este punto, derecha en aquél.
Libertad. Realidad. Bienestar. Esos son los dogmas de nuestra política.
¡Disolver partidos! ¡Por qué no! Ese parece ser el primer
resultado evidente del voto femenino en los países que ya le tienen en
ejercicio. ¡Debilitar doctrinas para fortalecer conciencias! ¿Hay
nada más profundamente deseable!
Y suprimir infiernos. ¿Hay tantos... y tan innecesarios! Tenemos, mujeres,
tanto que hacer ... Habría tanto que decir... ¡Perdón! Por
hoy se acabó el papel disponible.
ENVIO
Ilustre Doña María Martínez Sierra: Como le prometí,
yo he omitido todo comentario -,que por otra parte, había de ser harto
liviano, por ser mío- sobre su persona, y me he limitado a engarzar la
piedra preciosa de sus cuartillas en la miserable trabazón de mi desaliñada
prosa.
Mas le suplico, amable señora, que otra vez no me someta a tal tortura
y me permita a dar a todos los vientos del comentario las notas entusiásticas
de mis apreciaciones.
JUAN DEL SARTO"